Sergio Monsalve: El derrocamiento de los símbolos de la dictadura

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Los símbolos del chavismo han sido defenestrados en medio de un Caracazo con visos de 23 de enero.

Ni en la mente de un guionista y escritor, como Gallegos, se pudo haber gestado un final de mayor justicia poética y poder semiótico, como el acontecido el 29 de julio en Venezuela, a escasas horas del fraude del 28J.

Vimos imágenes que hacen historia en apenas un día: los cerros bajando para cobrar su victoria electoral, jóvenes galopando a caballo en búsqueda de un horizonte de libertad, una guacamaya que vuela sobre un grupo de opositores, enviándoles un mensaje de solidaridad de parte de nuestras fuerzas vivas que se encarnan en la naturaleza indómita y hermosa que tenemos.

Así como todo lo peor del oficialismo se complotó para desconocer el resultado del triunfo de Edmundo, la mejor Venezuela volvió a desbordar las calles, para protestar y manifestar su descontento ante el robo del CNE, pidiendo la salida de la dictadura en pleno.

Del mismo modo, la gente fue solidaria para defender a los miembros del partido de María Corina, que estaban siendo sitiados y amenazados por los esbirros de la tiranía, en la embajada de Argentina.

Son actos de desobediencia civil que responden al hartazgo y el colapso del modelo castrista-madurista, que se instaló tras la debacle del socialismo del siglo XXI, a raíz de la muerte de su líder, Hugo Chávez.

Aquel Comandante aseguraba, como un mantra de regla de tres, que los vientos del 27 de febrero lo habían llevado a conducir su golpe contra CAP, a fin de conquistar la presidencia y cambiar al país, supuestamente consiguiendo independizarlo de las taras del puntofijismo.

En el contexto de su irrupción, una clase intelectual se encargó de legitimar y romantizar, con teorías absurdas y textos que envejecieron mal, las desajustadas hipótesis, las falacias del comandante.

De seguro afectó la formación comunista de los columnistas estrellas de otrora, los cuales además vendieron una lectura del Caracazo en plan novela épica del pueblo oprimido que se rebela y “confisca legítimamente los bienes que se le conculcaron”.

Como de costumbre, un marxismo para dummies maniqueos.

Manipulación binaria, de buenos y malos.

Yo era un chico de 13 años que no tenía herramientas y poder para responder a semejantes babiecadas, redactadas al calor de una emoción barbuda, como de un mundo al revés de Galeano, con una neolengua de 1984, donde los saqueos y desmanes de los que fui testigo, eran la génesis de un país de emancipación, el principio de la revolución.

Una pena que creadores como Chalbaud se hayan prestado al elogio de dicha narrativa, harto discutible y refutable, en libretos y películas como la fallida El Caracazo, que luego se mandaría a hacer el mismo Hugo, en una tradición de propaganda que ha continuado hasta la actualidad, cuando asistimos a la programación ilegal de una miniserie oscura y gris de Nicolás en VTV, que no merece ni un análisis de dos líneas. Un verdadero despropósito que emula una cartilla que le bajaron al bigotón desde los tiempos de Stalin, usando fondos públicos para hacerse películas kitsch y cursis de sí mismo.

Paradójicamente, ellos que viven de imponer símbolos, a troche y moche, les ha tocado hoy presenciar una película de verdad que expone la realidad, por encima de sus pantallas y sus estafas audiovisuales.

Por ende, tanto levantar bustos, estatuas y biografías de comiquita, como en un multiverso ridículo de Gómez, ha sido no solo en vano, sino que ha obtenido un baño de verdad y de la justicia popular que ellos reclaman como suya.

El Valle de Caracas, que conozco como la palma de mi mano, me ha dado el oxígeno para verlo y relatarlo, desde el Caracazo de 1989 hasta el Venezolanazo del 2024, en el que se han caído las máscaras y los símbolos del chavismo, como en una película del derrumbamiento del muro de Berlín.

Ya no tenemos que mirarnos en el espejo del cine extranjero. Ya no tenemos que compararnos con los casos de la plaza de Tiananmen, o intentar sesudos estudios de relación entre “Argentina 1985” y el futuro de los violadores de derechos humanos en la Corte Penal de La Haya.

Actualmente generamos una cantidad infinita de imágenes para la posteridad, que serán inspiración de nuestros grandes cineastas y documentalistas, los que dentro y fuera del país, nunca dejaron de aguantar y que realizaron trabajos de resistencia contra la censura, a objeto de dejarnos un legado de constancia de lo que pasó.

De manera que tengo la ilusión de verlo en el futuro, gracias a los empeños de la diáspora y de los enormes directores que se quedaron para luchar, incluso de los regresaron para votar y que se quedaron para ver el final de la película del chavismo.

Pero en adelante, no hay que hacer proyecciones y pronósticos.

Es el momento del hoy, que siempre rebasa a todos, a los políticos y sus planes fríos, a los consultores y a los intelectuales, que suelen pelarse en los diagnósticos y equivocarse en las lecturas.

Considero que necesitamos comunicadores y periodistas, con la garra de los que documentaron los últimos sucesos que sacuden al país y que lo cambiaron para siempre.

Necesitamos de los jóvenes reporteros que hacen la chamba de grabar, arriesgando sus vidas, de los experimentados periodistas y colegas que están ahí, poniendo su cuerpo y alma para informar.

Mis verdaderos respetos.

Ya tendremos tiempo para los análisis sesudos. Pero la actualidad le pertenece al pueblo, a la calle, a la gente que resiste, sin esperar por un permiso o un llamado de alguna dirigencia que va detrás de los caballos, de un analista que se queda, tras la ambulancia de la historia, a la espera de que todo pase, para sentenciar y sermonear.

No es por ahí que va la cosa.

Si los políticos y la clase intelectual no se ponen a la altura de los acontecimientos, serán barridos y olvidados como los símbolos del chavismo.

Ha despertado un nuevo país. Uno dispuesto a reconciliarse con su pasado y con el sentido de su dignidad, en pro de la libertad.

No será hoy, no será mañana, no lo sabemos.

Pero mis años en Venezuela me han enseñado, que tarde o temprano, ningún gobierno y régimen soporta un terremoto social como el que vivimos en la actualidad.

Me voy a la calle, para contarle a mis nietos que yo estuve ahí, como lo hicieron mis papás y maestros que participaron el 23 de enero.

 

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